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Entre fronteras y sueños: la historia de un joven que lidera con propósito

Los40
11/11/2025

Por Saufy

Hay personas que no solo cruzan fronteras, también las transforman. Esa podría ser una buena forma de describir a Enrique Luquez, un joven colombiano que hoy deja huella en Ecuador. Con apenas 27 años, Enrique no solo ha asumido la presidencia nacional de AIESEC, una de las organizaciones juveniles más grandes del mundo, sino que ha convertido su historia en un testimonio de propósito, resiliencia y liderazgo humano.

De Colombia a Ecuador: un viaje con propósito

Su historia empezó en Valledupar, una ciudad cálida del norte de Colombia. Allí estudió Biología y Educación, dos carreras que, aunque diferentes, le permitieron entender que enseñar también es transformar. Entre clases, proyectos sociales y voluntariados, Enrique descubrió algo más grande que la academia: el poder de servir.

“Siempre me ha gustado trabajar con causas sociales”, recuerda. “En la universidad participé en colectivos LGBTIQ+, apoyé a adultos mayores y me involucré en distintos espacios de voluntariado. Todo eso me hizo entender que liderar no es tener un título, sino decidir actuar por los demás.”

Más allá del cargo: Enrique fuera del protocolo

En persona, Enrique transmite calma. No necesita levantar la voz para inspirar; sus palabras llegan con una mezcla de serenidad y fuerza. “AIESEC me enseñó que desde las pequeñas acciones se pueden lograr grandes cambios”, dice. Fue esa organización la que lo llevó a cruzar fronteras, hasta llegar a Ecuador, un país que se convirtió en su hogar y en el escenario de sus mayores retos personales.

“Nunca imaginé vivir aquí, pero la vida te sorprende”, confiesa entre risas. Hoy, al frente de AIESEC en Ecuador, lidera a jóvenes de distintas ciudades y contextos, recordándoles que el liderazgo no se trata de brillar, sino de hacer que otros también encuentren su luz.

Liderar desde lo humano

En un mundo donde las redes sociales muchas veces confunden liderazgo con popularidad, Enrique tiene una mirada distinta. “Un líder no es quien tiene seguidores, sino quien inspira a creer después de escucharte”, afirma con convicción. Para él, liderar es acompañar, escuchar y tener la valentía de reconocer que también hay días difíciles.
Habla de la empatía como un músculo que se entrena. De la disciplina como una brújula. Y del miedo como un impulso. “Si tienes miedo, hazlo con miedo”, repite. Porque, al final, los líderes también dudan, pero avanzan igual.

El poder del miedo y la disciplina

Enrique no romantiza el camino. Sabe que detrás de cada logro hay noches de duda y cansancio. “La disciplina es la base de todo”, explica. “No solo es estudiar o trabajar duro, es mantener el corazón firme cuando las cosas no salen como esperas.” En sus palabras hay una sinceridad que conecta, la de alguien que ha aprendido a equilibrar la pasión con la constancia.

La resiliencia, dice, no se aprende en los libros. Se forja cuando ayudas sin esperar nada a cambio, cuando tomas decisiones que incomodan, o cuando te levantas un día más para continuar con el propósito que elegiste. Esa es la versión más real del liderazgo que promueve.

La juventud que cambia el mundo

“La juventud es el fuego que mantiene vivo el cambio”, comenta. Desde su rol, Enrique ha visto cómo cientos de jóvenes ecuatorianos han viajado, trabajado y crecido gracias a los programas de AIESEC. Pero, más allá de los números, lo que más valora son las historias: la de quien superó su timidez, la de quien descubrió su vocación o la de quien volvió a creer en sí mismo.

“No se trata solo de creer en ti”, dice. “También se trata de creer en el cambio que puedes hacer en tu entorno. El liderazgo no nace en los momentos fáciles, sino en los críticos. Es ahí cuando las voces valientes se levantan.”

🌙 Un mensaje para quienes sueñan con transformar

Enrique no busca protagonismo. Su meta es que, cuando se hable de él, también se hable de su equipo. “Yo quiero que los que vengan después lo hagan mejor que yo”, asegura. Porque su legado no está en los títulos, sino en las oportunidades que deja abiertas para otros.

Su historia recuerda que el liderazgo auténtico no es una meta, sino un camino. Uno que empieza con una pregunta sencilla: ¿qué puedo hacer yo, desde donde estoy, para dejar el mundo un poco mejor?
Tal vez esa sea la verdadera enseñanza de Enrique Luquez: que no se necesita cambiar el mundo entero, basta con empezar por el pequeño rincón donde uno está.

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